domingo, 13 de mayo de 2012

Pascua de los Docentes y Profesionales


          En la Parroquia San José, el Padre Germán Macagno presidio la “Misa de Pascua de los Docentes y Profesionales”.  En la oportunidad el Padre Germán otorgó un mensaje especial a los docentes y profesionales que asistieron junto a sus familiares.

           La Pastoral Educativa agradece a todos aquellos que participaron de la misma.

Oración a la Virgen de Fatima

Señora Nuestra
y Madre de todos los hombres y mujeres,
aquí estoy como un hijo
que viene a visitar a su Madre
y lo hace en compañía
de una multitud de hermanos y hermanas.

Como Sucesor de Pedro,
al que se le confió la misión
de presidir el servicio
de la caridad en la Iglesia de Cristo
y de confirmar a todos en la fe
y en la esperanza,
quiero presentar a tu Corazón Inmaculado
las alegrías y las esperanzas,
así como los problemas y los sufrimientos
de cada uno de estos hijos e hijas tuyos,
que se encuentran en Cova de Iria
o que nos acompañan desde la distancia.

Madre amabilísima,
tú conoces a cada uno por su nombre,
con su rostro y con su historia,
y quieres a todos
con amor materno,
que fluye del mismo corazón de Dios Amor.
Te confío a todos y los consagro a ti,
María Santísima,
Madre de Dios y Madre nuestra.

Juan Pablo II en Fatima


El Venerable Papa Juan Pablo II,
que te visitó tres veces, aquí en Fátima,
y te agradeció aquella “mano invisible”
que lo libró de la muerte,
en el atentado del trece de mayo,
en la Plaza de San Pedro, hace casi treinta años,
quiso ofrecer al Santuario de Fátima
la bala que lo hirió gravemente
y que fue colocada en tu corona de Reina de la Paz.



Nos consuela profundamente
saber que estás coronada
no sólo con la plata
y el oro de nuestras alegrías y esperanzas,
sino también con la “bala”
de nuestras preocupaciones y sufrimientos.

Te agradezco, Madre querida,
las oraciones y sacrificios
que los Pastorcillos
de Fátima realizaron por el Papa,
animados por los sentimientos
que tú les habías infundido en las apariciones.

Agradezco igualmente a todos aquellos que,
cada día,
rezan por el Sucesor de Pedro
y sus intenciones,
para que el Papa sea fuerte en la fe,
audaz en la esperanza y ferviente en el amor.

Benedicto XVI en Fatima


Madre querida por todos nosotros,
te entrego aquí en tu Santuario de Fátima,
la Rosa de Oro
que he traído desde Roma,
como regalo de gratitud del Papa,
por las maravillas que el Omnipotente
ha realizado por tu mediación
en los corazones de tantos peregrinos
que vienen a esta tu casa materna.



Estoy seguro de que los Pastorcillos de Fátima,
los Beatos Francisco y Jacinta
y la Sierva de Dios Lucía de Jesús,
nos acompañan en este momento de súplica y júbilo.

Benedicto XVI, 13 de Mayo de 2010

Francisco, Jacinta y Lucia

martes, 8 de mayo de 2012

CONSAGRACIÓN DE ARGENTINA A LA VIRGEN DE LUJÁN



ORACIÓN DE JUAN PABLO II
 Avenida 9 de Julio - Buenos Aires (Argentina)
Domingo de Ramos 12 de abril de 1987
Jornada Mundial de la Juventud


1. ¡Dios te salve, María, llena de gracia, 
Madre del Redentor!

Ante tu imagen de la Pura y Limpia Concepción, 
Virgen de Luján, Patrona de Argentina, 
me postro en este día aquí, en Buenos Aires, 
con todos los hijos de esta patria querida, 
cuyas miradas y cuyos corazones convergen hacia Ti; 
con todos los jóvenes de Latinoamérica 
que agradecen tus desvelos maternales, 
prodigados sin cesar en la evangelización del continente 
en su pasado, presente y futuro; 
con todos los jóvenes del mundo, 
congregados espiritualmente aquí, 
por un compromiso de fe y de amor; 
para ser testigos de Cristo tu Hijo 
en el tercer milenio de la historia cristiana, 
iluminados por tu ejemplo, joven Virgen de Nazaret, 
que abriste las puertas de la historia al Redentor del hombre, 
con tu fe en la Palabra, con tu cooperación maternal.



2. ¡Dichosa tú porque has creído!
En el día del triunfo de Jesús, 
que hace su entrada en Jerusalén manso y humilde, 
aclamado como Rey por los sencillos, 
te aclamamos también a Ti, 
que sobresales entre los humildes y pobres del Señor; 
son éstos los que confían contigo en sus promesas, 
y esperan de E1 la salvación. 
Te invocamos como Virgen fiel y Madre amorosa, 
Virgen del Calvario y de la Pascua, 
modelo de la fe y de la caridad de la Iglesia, 
unida siempre, como Tú, 
en la cruz y en la gloria, a su Señor.



3. ¡Madre de Cristo y Madre de la Iglesia!
Te acogemos en nuestro corazón, 
como herencia preciosa que Jesús nos confió desde la cruz. 
Y en cuanto discípulos de tu Hijo, 
nos confiamos sin reservas a tu solicitud 
porque eres la Madre del Redentor y Madre de los redimidos.

Te encomiendo y te consagro, Virgen de Luján, 
la patria argentina, pacificada y reconciliada, 
las esperanzas y anhelos de este pueblo, 
la Iglesia con sus Pastores y sus fieles, 
las familias para que crezcan en santidad,
los jóvenes para que encuentren la plenitud de su vocación, 
humana y cristiana, 
en una sociedad que cultive sin desfallecimiento
los valores del espíritu. 
Te encomiendo a todos los que sufren, 
a los pobres, a los enfermos, a los marginados; 
a los que la violencia separó para siempre de nuestra compañía, 
pero permanecen presentes ante el Señor de la historia 
y son hijos tuyos, Virgen de Luján, Madre de la Vida. 
Haz que Argentina entera sea fiel al Evangelio, 
y abra de par en par su corazón 
a Cristo, el Redentor del hombre, 
la Esperanza de la humanidad.



4. ¡Dios te salve, Virgen de la Esperanza!
Te encomiendo a todos los jóvenes del mundo, 
esperanza de la Iglesia y de sus Pastores; 
evangelizadores del tercer milenio, 
testigos de la fe y del amor de Cristo 
en nuestra sociedad y entre la juventud. 
Haz que, con la ayuda de la gracia, 
sean capaces de responder, como Tú, 
a las promesas de Cristo, 
con una entrega generosa y una colaboración fiel. 
Haz que, como Tú, sepan interpretar los anhelos de la humanidad; 
para que sean presencia saladora en nuestro mundo 
Aquel que, por tu amor de Madre, es para siempre 
el Emmanuel, el Dios con nosotros, 
y por la victoria de su cruz y de su resurrección 
está ya para siempre con nosotros, 
hasta el final de los tiempos. 
Amén.

Oración por La Patria




 Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos.
Nos sentimos heridos y agobiados.
Precisamos tu alivio y fortaleza.
Queremos ser nación,
una nación cuya identidad
sea la pasión por la verdad
y el compromiso por el bien común.
Danos la valentía de la libertad
de los hijos de Dios
para amar a todos sin excluir a nadie,
privilegiando a los pobres
y perdonando a los que nos ofenden,
aborreciendo el odio y construyendo la paz.
Concédenos la sabiduría del diálogo
y la alegría de la esperanza que no defrauda.
Tú nos convocas. Aquí estamos, Señor,
cercanos a María, que desde Luján nos dice:
¡Argentina! ¡Canta y camina!
Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos.
Amén.



Conferencia Episcopal Argentina

jueves, 3 de mayo de 2012

Invitación



“Que la luz de Cristo Resucitado

acompañe en tu tarea todos los días”





La Pastoral Educativa de la Parroquia San José, invita a Usted a participar de la Misa de Pascua para los “Docentes y Profesionales”.
El Domingo 13 de mayo de 2012 a horas 20:00.-

   Te estaremos esperando

PASTORAL EDUCATIVA
Parroquia "SAN JOSÉ" - Perico - Diócesis de Jujuy

martes, 1 de mayo de 2012

San José Obrero



 ¡¡¡MUY FELIZ DÍA A TODOS LOS TRABAJADORES!!!


"El 1 de mayo de 1955—escribe un testigo presencial— Roma era un hervidero de gente sencilla y morena, con mirada abierta y espontánea. Aquí y allá, en los bares y vías que acercan al Vaticano, grupos de hombres, mujeres y niños, mezclados en alegre algarabía, despachaban el leve bagaje de sus mochilas y apuraban unas tazas de rico café. En su derredor parecía soplar un aire nuevo, sin estrenar. Hasta tal punto que el semblante de la Ciudad Eterna, acostumbrado a todos los acontecimientos y a todas las extravagancias de todos los pueblos de la tierra, parecía asombrado ante aquella avalancha nueva de cuerpos duros y curtidos y de almas ingenuas, que desbordaban todo lo previsto."
 Se diría que había un presentimiento. Cuando aquellos grupos confluyeron en una de las grandes plazas romanas y a lo largo de las amplias márgenes del Tíber e iniciaron su marcha hacia el Vaticano, flotaba algo en el ambiente. La vía de la Conciliación se estremecía con un eco nuevo, el de las rotundas voces de los obreros del mundo, que, al compás de bravos himnos, y bajo sus guiones y pancartas, representando a todos sus hermanos del mundo, avanzaban al encuentro del Papa.
 Era una riada inmensa de vida, de calor, de entusiasmo. Bajo el crepitar de los camiones, cargados de trabajadores, que con sus instrumentos de trabajo avanzaban hacia la plaza de San Pedro, corría una multitud alegre y sencilla, gritando hermosas consignas: "¡Viva Cristo Trabajador! ¡Vivan todos los trabajadores! ¡Viva el Papa!". Aquellos doscientos mil hombres superaban el viejo latido de odio y de muerte, cambiándolo por otro de resurrección y de vida.
 Oigamos de nuevo al mismo cronista: "Con espíritu nuevo y conciencia clara de la nobleza trabajadora la inmensa muchedumbre fue llenando, en creciente oleaje, la monumental plaza de San Pedro. Las fontanas se transformaron en racimos humanos y sobre la enardecida concentración el obelisco neroniano parecía un dedo luminoso que apuntaba tercamente la ruta de los luceros, la única capaz de redimir al doliente mundo del trabajo. A los pies mismos de la basílica se detenía el oleaje humano y bajo el balcón central de la iglesia más monumental del cristianismo se levantaba el rojo estrado papal. Pronto apareció en él la blanca figura del Vicario de Cristo mientras la plaza entera vibraba en un ensordecedor griterío y un continuo agitar de pañuelos y pancartas. Las fontanas parecían abrir sus bocas para gritar, el obelisco se estiraba más y más hacia el cielo y la majestuosa columnata de Bernini tenía un movimiento de gozo y de gloria. Todo se movía en torno al Cristo en la tierra, y por las cornisas y capiteles —como bandada de palomas al viento— iban saltando los gritos de paz, trabajo y amor.
 "De la inmensa plaza se fueron destacando pequeños grupos de obreros, portadores de mil obsequios calientes que el mundo del trabajo ofrecía al Papa. Los vimos subir las gradas del estrado y arrodillarse, con sus manos llenas y toscas, ante el Cristo visible en la tierra. Algunos, con serenidad, decían una frase densamente aprendida. Otros, vencidos por el momento grandioso, lo olvidaban todo e improvisaban ricas espontaneidades, O no hacían más que mirar al Papa, cara a cara, y llorar. La plaza seguía gritando por su descomunal boca de doscientos cuarenta metros de anchura y volando en alas de los doscientos mil corazones de obreros. Sólo cuando el Papa se levantó quedó muda y sobrecogida, como un desierto silencioso. Sobre el silencio palpitante vibró la voz del papa Pío XII.
 “¡Cuántas veces Nos hemos afirmado y explicado el amor de la Iglesia hacia los obreros! Sin embargo, se propaga difusamente la atroz calumnia de que "la Iglesia es la aliada del capitalismo contra los trabajadores". Ella, madre y maestra de todos, ha tenido siempre particular solicitud por los hijos que se encuentran en condiciones más difíciles, y también, de hecho, ha contribuido poderosamente a la consecución de los apreciables progresos obtenidos por varias categorías de trabajadores. Nos mismo, en el radiomensaje natalicio de 1942, decíamos: "Movida siempre por motivos religiosos, la Iglesia condenó los diversos sistemas del socialismo marxista y los condena también hoy, siendo deber y derecho suyo permanente preservar a los hombres de las corrientes e influjo que ponen en peligro su salvación eterna".
 "Pero la Iglesia no puede ignorar o dejar de ver que el obrero, al esforzarse por mejorar su propia condición, se encuentra frente a una organización que, lejos de ser conforme a la naturaleza, contrasta con el orden de Dios y con el fin que ÉI ha señalado a los fieles terrenales. Por falsos, condenables y peligrosos que hayan sido y sean los caminos que se han seguido, ¿quién y, sobre todo, qué sacerdote o cristiano podrá hacerse el sordo al grito que se levanta del profundo y que en el mundo de Dios justo pide justicia y espíritu de hermandad?"
 Sin embargo, la fiesta, con toda su hermosura, hubiera podido quedar como una más entre las muchas que se han celebrado en la magnífica plaza de San Pedro y el discurso como uno de tantos entre los pronunciados por el papa Pío XII. No fue así. Por boca del Sumo Pontífice la Iglesia se aprestó a hacer con la fiesta del 1 de mayo lo que tantas veces había hecho, en los siglos de su historia, con las fiestas paganas o sensuales: cristianizarlas.
 El 1 de mayo había nacido en el calendario, de las festividades bajo el signo del odio. Desde mediados del siglo XIX esa fecha se identificaba en la memoria y en la imaginación de muchos con los bulevares y las avenidas de las grandes ciudades llenas de multitudes con los puños crispados. Era un día de paro total en que el mundo de los proletarios recordaba a la sociedad burguesa hasta qué punto había quedado a merced del odio de los explotados. Y esa fiesta, la fiesta del odio, de la venganza social, de la lucha de clases, iba a transformarse por completo en una fiesta litúrgica, solemnísima, del máximo rango (doble de primera clase), con su hermoso oficio propio y su misa también propia.
 El Papa lo anunció con toda solemnidad: "Aquí, en este día 1 de mayo, que el mundo del trabajo se ha adjudicado como fiesta propia, Nos, Vicario de Jesucristo, queremos afirmar de nuevo solemnemente este deber y compromiso, con la intención de que todos reconozcan la dignidad del trabajo y que ella inspire la vida social y las leyes fundadas sobre la equitativa repartición de derechos y de deberes”.
 "Tomado en este sentido por los obreros cristianos el 1 de mayo, recibiendo así, en cierto modo, su consagración cristiana, lejos de ser fomento de discordias, de odios y de violencias, es y será una invitación constante a la sociedad moderna a completar lo que aún falta a la paz social. Fiesta cristiana, por tanto; es decir, día de júbilo para el triunfo concreto y progresivo de los ideales cristianos de la gran familia del trabajo. A fin de que os quede grabado este significado... nos place anunciaros nuestra determinación de instituir, como de hecho lo hacemos, la fiesta litúrgica de San José Obrero, señalando para ella precisamente el día Uno de Mayo. ¿Os agrada. amados obreros, este nuestro don? Estamos seguros que sí porque el humilde obrero de Nazaret no sólo encarna, delante de Dios y de la Iglesia, la dignidad del obrero manual, sino que es también el próvido guardia de vosotros y de vuestras familias".
 Y desde aquella tarde serena y gozosa el 1 de mayo entraba en el calendario católico bajo la advocación de San José Obrero.
 Los liturgistas pondrán, ciertamente, una vez más, su nota de escrúpulo ante esta fiesta de tipo ideológico, recordando que el ciclo litúrgico es esencialmente conmemoración de acontecimientos, no de ideas. Sin embargo, aunque en la línea de una exquisita pureza litúrgica pueda caber la discusión, no hay lugar a ella desde el punto de vista pastoral. Una fiesta, inserta en una fecha ya consagrada como exaltación del trabajo, resulta pedagógicamente admirable, en orden a llevar de una manera gráfica, plástica, colorida y vital un manojo de ideas a las muchedumbres de hoy.
 Plástica, colorida y vital resulta la idea de la dignidad del trabajo cuando la encontramos, no al través de unos párrafos oratorios, sino encarnada en la sublime sencillez de la vida del mismo padre putativo de Jesucristo. Él había dicho ya en el Antiguo Testamento: “Mis caminos no son vuestros caminos y mis pensamientos no son vuestros pensamientos". Cualquiera de nosotros, consultado, hubiera sido de opinión de que era preferible que Jesucristo, puesto a traer al mundo el mensaje de una ideología que forzosamente habría de chocar con el mundo de entonces, hubiera nacido rodeado de lo que solemos llamar un prestigio social: de familia ilustre, sin angustias económicas, en alguna ciudad, como la antigua Roma, que resultase crucial en la marcha de los tiempos.
 Pero no fue así. Antes al contrario. Jesucristo elige para sí, para su Madre bendita, para San José, un ambiente de auténtica pobreza. Entendámonos: no un ambiente de pobreza más o menos convencional, de vida sencilla pero al margen de preocupaciones económicas, sino la áspera realidad de tener que ganarse el pan trabajando, de tener que disipar los tenues ahorrillos en el destierro, de tener que sufrir muchas veces la amargura de no poder disponer ni siquiera de lo necesario.
 Desde los Evangelios apócrifos, con su muchedumbre de milagros adornando la niñez de Jesucristo, hasta el mismo San Ignacio poniendo, con encantadora ternura, la figura de una criadita que acompañe al matrimonio camino de Belén, los cristianos nos hemos rebelado muchas veces contra ese designio de la Divina Providencia que se nos antojaba excesivo. Cuando hemos querido imaginar a la Santísima Virgen le hemos dado siempre trabajos que traían consigo un halo de poesía:
                    La Virgen lava pañales
                    y los tiende en el romero...
 Pero lo cierto es que la Virgen habría de lavar más de una vez las humildes escaleras de la casita y barrer el pobre taller, y preparar la frugal comida. Y, junto a ella, también a San José habría de corresponderle su parte en las consecuencias de tanta pobreza.
 Sabemos que fue carpintero. Alguno de los Padres apostólicos, San Justino, llegó a ver toscos arados romanos trabajados en el taller de Nazaret por el Patriarca San José y el mismo Jesús. Fuera de esto, todo lo demás son conjeturas. Pero conjeturas hechas a base de certeza, si cabe hablar paradójicamente, pues, por mucho que queramos forzar nuestra imaginación, siempre resultará que fue difícil y dura la vida de un pobre carpintero de pueblo, que a su condición de tal ha añadido las tristes consecuencias de haber vivido algún tiempo en el destierro.
 Porque si algunos ahorros hubo, si algo pudo llegar a valer aquel tallercito, ciertamente que todo hizo falta cuando, como consecuencia de la persecución de Herodes, la Sagrada Familia hubo de marchar a Egipto. Dura la vida allí. Dura también la vida a la vuelta.
 En este ambiente vivió Jesucristo. Y éste es el modelo que hoy se propone a todos los cristianos. Para que cada cual aprenda la lección que le corresponde.
 Quiere la Iglesia que la fiesta de San José Obrero sirva, como dice la sexta lección del oficio, para despertar y aumentar en los obreros la fe en el Evangelio y la admiración y el amor por Jesucristo; sirva para despertar en los que gobiernan la atención hacia aquellos que sufren, y el deseo de poner en práctica las cosas que pueden conducir a un recto orden en la sociedad humana; sirva para corregir en la sociedad los falsos criterios mundanos que en tantas ocasiones llegan a penetrarla por completo.
 Insistamos en esta triple idea.
 Como consecuencia de la profunda revolución que supuso el maquinismo surgió, a mediados del siglo XIX, una nueva clase social; el proletariado. No puede decirse que esta clase social se haya apartado de la Iglesia. En realidad, estuvo en la mayor parte de los países, salvemos excepciones tan gloriosas como Irlanda, totalmente al margen de ella. Sometida a unas condiciones infrahumanas de vida, a una jornada agotadora de trabajo, a una situación económica aflictiva, hubo forzosamente de abrirse a ideologías paganas y materialistas. Gestos tan nobles como la magistral encíclica del papa León XIII Rerum Novarum cayeron en el vacío. Una sociedad que se llamaba cristiana desoyó por completo tales llamamientos. Entonces surgió poderoso, amenazador, el auge del marxismo, y posteriormente el arraigo del comunismo en esas masas, y su triunfo político en algunas naciones.
 A tal situación se trata de oponer, más que una ideología, un símbolo: el de San José Obrero. Late en él toda una concepción de la vida, y del papel del trabajo en ella. Diríamos que toda una teología del trabajo. Como dice el responsorio de sexta y de nona: "El verbo de Dios, por quien han sido hechas todas las cosas se ha dignado trabajar por sus propias manos... ¡Oh inmensa dignidad del trabajo que Cristo santificó!" Es más: en ese mismo trabajo resplandece una ley divina, establecida por el Creador de todas las cosas, según recuerda la oración de la misa.
 Pero la fiesta no es sólo una predicación de la dignidad del trabajo y un recuerdo de que ese trabajo ha sido compartido por el hijo de Dios y por San José. Es también un aldabonazo en la conciencia de quienes gobiernan. A ellos se les recuerda cuáles son sus obligaciones en relación con los pobres y con los humildes. Dice así el papa Pío XII: "La acción de las fuerzas cristianas en la vida pública mira, ciertamente, a que se promueva la promulgación de buenas leyes y la formación de instituciones adaptadas a los tiempos, pero también más aún significa el destierro de frases huecas y de palabras engañosas, y el sentirse la generalidad de los hombres apoyados y sostenidos en sus legítimas exigencias y esperanzas. Es necesario formar una opinión pública que, sin buscar el escándalo, señale con franqueza y valor las personas y las circunstancias que no se conforman con las leyes e instituciones justas o que deslealmente ocultan la realidad. Para lograr que un ciudadano cualquiera ejerza su influjo no basta ponerle en la mano la papeleta del voto u otros medios semejantes. Si desea asociarse a las clases dirigentes, si quiere, para el bien de todos, poner alguna vez remedio a la falta de ideas provechosas o vencer el egoísmo invasor, debe poseer personalmente las necesarias energías internas y la ferviente voluntad de contribuir a infundir una sana moral en todo el orden público".
 No se trata de algo puramente retórico. Hay detrás de todo esto auténticas tragedias. Como, en esta misma fiesta, decía el papa Juan XXIII en 1959: "A diario llega a nosotros el grito doloroso de tantos hijos nuestros que piden pan para sí y para sus seres queridos, buscan trabajo, solicitan empleo seguro... A ellos, por tanto, debe dirigirse la común solicitud, y confiamos en que, con oportunas medidas y con solícito cuidado, se resuelvan las dificultades encontrándoles la debida y necesaria fuente de sustento y de serenidad familiar".
 Desgraciadamente, se hace necesario también una tercera actuación de esta fiesta, no sólo sobre los trabajadores y los dirigentes, sino sobre la misma sociedad. El Evangelio de la fiesta nos recuerda el desdén con que las gentes contemporáneas de Jesucristo comentaban, al oír su predicación, que se trataba del hijo de un carpintero. Después de veinte siglos de cristianismo todavía queda mucho de aquél, y estamos lejos de apreciar en nuestra vida corriente y normal la sublime dignidad del hombre, aunque sea de condición humilde y tenga que trabajar con sus manos. Nos escandaliza encontrar en la historia épocas en que este trabajo era, en ambientes que se decían cristianos, algo deshonroso, que podía incluso, si se encontraba en los antepasados, impedir el acceso a algunas Ordenes religiosas. Pero no nos costaría mucho encontrar idénticos criterios mundanos, paganos, construidos de espaldas al verdadero cristianismo, en nuestra misma sociedad de hoy. Hay mucho que reformar. Para que los puestos de dirección se den a quien se lo merezca, y no por razón de nacimiento o influencia; para que nuestras clases sociales sean permeables, y sea, por consiguiente, fácil el paso de unas a otras; para que se superen añejos prejuicios raciales o sociales; para que en todas partes, en las Asociaciones católicas, en los colegios, en el trabajo, en la amistad, todos nos sintamos verdaderamente hermanos.
 Este es el triple fruto que la Iglesia se propone obtener con la institución de la fiesta de San José Obrero.
 Ningún colofón final mejor que reproducir aquí la hermosa oración con que el papa Juan XXIII terminaba su alocución en esta fiesta el año 1959.
 "¡Oh glorioso San José, que velaste tu incomparable y real dignidad de guardián de Jesús y de la Virgen María bajo la humilde apariencia de artesano, y con tu trabajo sustentaste sus vidas, protege con amable poder a los hijos que te están especialmente confiados!
 "Tú conoces sus angustias y sus sufrimientos porque tú mismo los probaste al lado de Jesús y de su Madre. No permitas que, oprimidos por tantas preocupaciones, olviden el fin para el que fueron creados por Dios; no dejes que los gérmenes de la desconfianza se adueñen de sus almas inmortales. Recuerda a todos los trabajadores que en los campos, en las oficinas, en las minas, en los laboratorios de la ciencia no están solos para trabajar, gozar y servir, sino que junto a ellos está Jesús con María, Madre suya y nuestra, para sostenerlos, para enjugar el sudor, para mitigar sus fatigas. Enséñales a hacer del trabajo, como hiciste tú, un instrumento altísimo de santificación".

LAMBERTO DE ECHEVERRÍA